n el contexto pandémico actual, el mundo laboral ha ido experimentando importantes cambios estructurales que precisan de un mayor autocuidado. Por ello, la práctica del mindfulness se ha vuelto más importante dado que ofrece la posibilidad de pausar, quitar el piloto automático y bajar un cambio en nuestro frenético día a día.
Quienquiera que esté empezando en la práctica del mindfulness debe saber que es más efectivo si hay un cambio acorde en el estilo de vida. Su efectividad es mayor cuanto más se integra esta práctica en la rutina diaria. Eso no significa que haya que empezar a meditar cada día al despertarnos o al acostarnos necesariamente. ¡Para nada! Es más, lo mejor es empezar por la base. Y la base, el punto de partida y el verdadero origen de nuestro ser, no es otro que la respiración: la esencia que nos ata al presente y nos desconecta de lo que dejamos atrás y de lo que está por venir.
Si nos detenemos a sentir la respiración de manera más consciente, escucharemos los sonidos ocultos o el silencio de una mirada; sentiremos los aromas más sutiles, escondidos tras otros olores contaminantes que nos rodean; apreciaremos mejor el tacto suave o áspero de las distintas texturas que nos rodean; saborearemos mejor el gusto que deja ese chocolate que disfrutamos después del café del almuerzo y veremos con otros ojos la belleza natural del paisaje habitual de camino a casa.
Si nos detenemos a sentir la respiración de manera más consciente, escucharemos los sonidos ocultos o el silencio de una mirada; sentiremos los aromas más sutiles, escondidos tras otros olores contaminantes que nos rodean; apreciaremos mejor el tacto suave o áspero de las distintas texturas que nos rodean; saborearemos mejor el gusto que deja ese chocolate que disfrutamos después del café del almuerzo y veremos con otros ojos la belleza natural del paisaje habitual de camino a casa.
Centrarse en el momento presente es prioritario. ¡La capacidad de disfrutar de esas sensaciones que nos llegan a través de los sentidos es esencial! Aunque no paremos de tener pensamientos en mente, lo único que hay que hacer es aceptarlos. No hace falta luchar contra ellos, no los juzguemos, no los evitemos…
Simplemente dejémoslos a un lado, sin darles mucha importancia. Pueden quedarse ahí a nuestro alrededor sin que los controlemos, solo está en nosotros decidir si queremos centrar nuestra atención en los pensamientos o en la respiración. Sin duda al principio es todo un reto, pero con la práctica aprendemos a pasar el centro de atención a la respiración. Los pensamientos continúan fluyendo, pero no nos aferramos a ellos, y gradualmente se van emborronando hasta que se disipan. Así, un pensamiento o una preocupación solo nos molestará si lo alimentamos. En otras palabras, los pensamientos pierden fuerza gracias a que les prestamos poca atención, cada vez aparecen con menos frecuencia en nuestra mente y por espacios más cortos de tiempo hasta que acaban por desaparecer. Por tanto, cada vez que sintamos que nuestra mente divaga, podemos aceptar esos pensamientos simplemente y redirigir la atención al movimiento que provoca la respiración, que está siempre ahí para guiarnos de vuelta a nuestro centro.
Al practicar la respiración abdominal de forma más lenta y consciente, nuestro cuerpo se renueva y ajusta su GPS. Nuestras preocupaciones se diluyen, aumenta nuestra fuerza, aparece la compasión y se vuelve más fácil hacer las paces con el pasado y aceptar la incertidumbre del futuro. La cuestión está en observar lo que sucede aquí y ahora.
Referencias:
Kabat-Zinn, J. (2012). Mindfulness for Beginners: Reclaiming the Present Moment and Your Life.
Sounds True Inc. Colorado.
Williams, M. & Penman, D. (2015). Mindfulness - Atenção Plena. Lua de Papel.